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miércoles, 14 de abril de 2010

EL SOCIALISMO NO CAE DEL CIELO


EL SOCIALISMO NO CAE DEL CIELO


Michael A. Lebowitz.
Junio, 2006.

Esq. El Chorro, Torre Ministerial, pisos 9 y 10. Caracas-Venezuela.
www.minci.gob.ve / publicaciones@minci.gob.ve


Algunas personas piensan que es posible cambiar el mundo sin tomar el poder.

Según ellos, ni siquiera se debería pensar en utilizar el Estado, porque, como John Holloway
dice: “luchar a través del Estado es involucrarse en el proceso activo de vencerse a sí mismo.”
Según esas personas, el estado por definición no puede desafiar al capitalismo dado que es una
parte fundamental del capital; a propósito de ello Holloway escribe: “el Estado (cualquier Estado)
debe agotar las posibilidades para poder proveer condiciones al beneficio de la rentabilidad del
capital.”

Un pensamiento como este no resulta nuevo. Pero, ha surgido de nuevo en ciertos lugares (situados mayormente en América Latina) porque se refleja una época de desilusión y desesperanza. Desilusión y desesperanza que están dadas por causa del fracaso
de la sociedad dominada por el Estado en la unión soviética y sus aliados ante la promesa de crear un nuevo mundo; y desilusión y desesperanza por causa de la tragedia de la democracia social, lo cual, a través de su rendición a la lógica del capital ha demostrado que ofrece barbarismo con una cara humana.

Sin embargo, la insistencia de Holloway que diceque tenemos que “negar la idea que una sociedad puede ser cambiada por ganar control del Estado” ha sido desmentida a través de dos ejemplos muy claros.

En principio, ha sido desmentida concretamente y de manera muy dramática y emocionante por la Revolución Bolivariana en Venezuela. ¿Es posible imaginar los cambios aquí sin el poder del Estado?

Y, por otro lado, la idea también ha sido desmentida teoréticamente por el entendimiento de sistemas económicos, en general, y condiciones para el desarrollo del socialismo, en particular, asociado con el pensamiento de Carlos Marx. Para éste, fue evidente que los trabajadores necesitaban el poder del Estado para poder crear las condiciones para que una sociedad
pueda acabar con la explotación capitalista. De la misma manera, negó escribir modelos detallados o “recetas” para la sociedad del futuro —“imágenes fantásticas y planes para una nueva sociedad” que los oponentes utópicos del capitalismo sí ofrecieron—.

Hay una explicación crítica para esto: el socialismo no cae del cielo.

El socialismo como proceso

Ningún nuevo sistema económico cae del cielo.

En vez de caer del cielo o nacer original y rebosante de concepciones de intelectuales, nuevas fuerzas productivas y relaciones de producción nacen dentro y en oposición a la sociedad ya establecida.

Una nueva sociedad nace, necesariamente, de forma defectuosa. Inicialmente se estructura en base a elementos de la antigua sociedad. Marx enfatizó que la sociedad socialista que nace del capitalismo está, de manera indefectible, “económicamente, moralmente e intelectualmente marcado por la vieja sociedad.”

En el fondo de la concepción dialéctica de Marx se encuentra el reconocimiento que dicta que una
nueva sociedad, necesariamente, nace de forma defectuosa y que se desarrolla en pro de transformar sus antecedentes históricos, en pro de trascender a sus defectos. Es sólo entonces, —cuando la nueva sociedad logra reposar sobre sus propias bases, cuando
se construye a partir de premisas que desarrolla ella misma— que podemos apreciar el potencial que estaba presente en ella desde el principio. Marx era de la idea de un proceso en el cual luchamos para liberarnos a nosotros mismos de la carga de la antigua sociedad.

¿Cuál fue exactamente el defecto que identificó Marx? No tenía que ver con que las fuerzas productivas estuviesen poco desarrolladas. El defecto particular del que habló fue el de la naturaleza de los seres humanos, originada ésta en la antigua sociedad con las antiguas
ideas: una sociedad en la cual todos se consideran con derecho a recuperar aquello con lo que contribuyen, y que está marcada por una multitud de transacciones de intercambio; una sociedad en la cual todos calculan en función de su propio interés y se sienten
engañados si no reciben su equivalente. Esto —Marx fue muy claro— es una herencia de la vieja sociedad, una actitud que demuestra claramente que todavía no concebimos la sociedad como una familia humana, en la cual la liberación de todos es la condición para la liberación de cada uno de nosotros.

Sin embargo, éste no sería el único defecto presente al surgir ese nuevo concepto vivencial. La sociedad está intelectual, económica y socialmente infectada:

las tradiciones históricas del patriarcado, el racismo, la discriminación y las significativas desigualdades en la educación, la salud y la calidad de vida están entre los
elementos que la nueva sociedad estaría en peligro de heredar y, por ello, en vez de aceptar estas barreras que obstaculizan el desarrollo humano, deberían ser confrontadas a través de un proceso que las reconozca como defectos.

Cuando uno reconoce que el socialismo es un proceso, se puede entender que la solución a la
existencia de contaminantes como auto-orientación, racismo y patriarcado no está en crear instituciones que acepten dichos defectos. Una de las más destacadas características de la mayoría de las tentativas de crear socialismo en el siglo XX fue la conclusión que
dice que la gente es considerada intrínsecamente egocéntrica, y que lo más importante es darle los incentivos económicos necesarios para estimularla a trabajar. Es así como se hacen claves los esquemas de bonos, repartición de ganancias, variadas formas de incentivos económicos; la lógica básica es que el desarrollo de fuerzas productivas tendrá un efecto de “goteo” y así, gradualmente, surgirá el nuevo pueblo.

Sin embargo, el impacto es el opuesto. Cuando se intenta crear una nueva sociedad construyéndola a partir de los defectos heredados de la vieja sociedad, se refuerzan los elementos de la vieja sociedad que son inherentes a la nueva sociedad desde su versión
inicial. Cuando se fomenta el egoísmo, se refuerza la tendencia de las personas a comportarse de acuerdo a sus intereses personales sin considerar los intereses de
los demás, se refuerza y profundiza la división entre los individuos, grupos, regiones y naciones, la desigualdad pasa a ser vista como algo normal. Cuando se legitima la idea de que obtener más para uno mismo es del interés de todos, se crean las condiciones propicias para el retorno a la vieja sociedad.

¿Cómo es posible construir una nueva sociedad basada en el principio del interés personal? ¿Cómoproducir sobre esta base personas para las que la unidad basada en el reconocimiento de sus diferencias sea su segunda naturaleza? Obviamente no podemos ignorar la naturaleza de las personas que surgen de la vieja sociedad. Precisamente porque Marx entendía que los sujetos de cada proceso son seres humanos específicos, reconoció que no se puede crear de inmediato una sociedad basada en el principio de distribución de “cada uno de acuerdo a sus necesidades”. Colocar a los viejos sujetos en esa nueva estructura causaría inevitablemente un desastre. Él entendió que no podemos ir directamente al sistema de justicia e igualdad apropiado para una sociedad verdaderamente humana, para la familia humana. Sin embargo, Marx definitivamente estaba lejos de argumentar que el camino para la creación de una nueva sociedad era construir desde los defectos que, necesariamente, contiene cuando surge inicialmente.

Más aún, el proceso socialista es un proceso tanto
de destrucción como de construcción: un proceso
de destrucción de los elementos de la vieja sociedad
que todavía permanecen (incluyendo el soporte para
la lógica del capital) y un proceso de construcción de
los nuevos seres humanos socialistas.

En el siglo 20 nadie articuló mejor que el Che
Guevara la importancia de desarrollar nuevos seres
humanos socialistas. Dijo: “realizar el socialismo con
la ayuda de las armas melladas que nos legara el
capitalismo (la mercancía como célula económica,
la rentabilidad, el interés material individual como
palanca, etc.) se puede llegar a un callejón sin salida,”
y el impacto es minar el desarrollo de la conciencia.

El Che enfatizó que para construir el socialismo
simultáneamente con la base material hay que hacer
al hombre nuevo. Hay que estar claro en el objetivo. Si
no sabes a dónde quieres ir, entonces ningún camino
te llevará allí. El mundo que los socialistas siempre han
querido construir es aquel en el cual cada persona se
relacione con las demás como partes de una gran
familia; una sociedad en la que seamos capaces
de reconocer que el bienestar de los demás nos
beneficia a todos: un mundo de amor y solidaridad
humana donde, en vez de clases y antagonismos
clasistas, tengamos “una asociación, en la cual el libre
desarrollo de cado uno sea la condición para el libre
desarrollo de todos”.

El mundo que queremos construir es una sociedad
de productores asociados en donde cada individuo
pueda desarrollar plenamente sus potencialidades: un
mundo que, desde el punto de vista de Marx, permita
“el desarrollo absoluto de su potencial creativo,” el “total
desarrollo del contenido humano,” el “desarrollo de
todos los poderes humanos como un fin en sí mismo”.
Los seres humanos fragmentados y parcelados que el
capitalismo produce serían reemplazados por seres
humanos completamente desarrollados, “el individuo
completamente desarrollado para el cual las distintas
funciones sociales no son sino diferentes modos de
actividad de las que se ocupará sucesivamente.”

Pero, esas personas no caen del cielo; hay sólo
un camino para engendrarlas, a través de su propia
actividad. Sólo ejercitando las capacidades mentales
y físicas que abordan todos los aspectos de su vida
desarrollarán dichas capacidades; producirán dentro
de ellos capacidades específicas que les permitirán
llevar a cabo nuevas actividades. El cambio simultáneo
de las circunstancias y de sí mismo (o lo que Marx
llamó “la práctica revolucionaria”) radica en cómo
construimos la nueva sociedad y los nuevos seres
humanos.

Obviamente, la naturaleza de nuestras
instituciones y relaciones debe suministrarnos el
espacio para dicho auto-desarrollo. Sin democracia
en la producción, por ejemplo, no podemos
construir ni una nueva sociedad, ni personas
nuevas. Cuando los trabajadores se comprometen
con la autogestión, combinan la concepción del
trabajo con su ejecución. Entonces, no sólo se
pueden desarrollar las potencialidades intelectuales
de todos los productores asociados, sino que la
“sabiduría tácita” que tienen los trabajadores sobre
mejores formas de trabajar y producir también
puede convertirse en una sabiduría social de la
cual todos podremos vernos beneficiados. La
producción democrática, participativa y protagónica
permite ambas cosas: aprovechar nuestros recursos
humanos ocultos y desarrollar nuestras capacidades.
Pero, sin esa combinación de cabeza y mano,
las personas permanecen como aquellos seres
humanos fragmentados y parcelados que produce
el capitalismo: la división entre los que piensan y los
que hacen se mantiene como el modelo que Marx
describió en el cual “el desarrollo de las capacidades
humanas de unos, está basada en la restricción del
desarrollo de las capacidades de otros”. La democracia
en la producción es una condición necesaria para el
libre desarrollo de todos.

Pero ¿qué es la producción? No es algo que ocurre
sólo en la fábrica o en lo que tradicionalmente
identificamos como el lugar de trabajo. Cada actividad
que tiene por objetivo proporcionar aportes para
el desarrollo de los seres humanos (especialmente
aquella que nutre directamente el desarrollo
humano) tiene que ser reconocida como producción.
Más aún, las concepciones que guían la producción
deben ser en sí mismas producidas. Las metas que
guían la producción son características distintivas
de las diferentes sociedades. En el capitalismo, las
metas que la guían son las de la ganancia individual
de los capitalistas. En una sociedad de productores
asociados, las metas específicas están relacionadas
con el autodesarrollo de las personas que viven en
dicha sociedad. Sólo a través de un proceso en el que
las personas están involucradas en todos los niveles en
la toma de las decisiones que las afectan (es decir, su
vecindario, comunidad y la sociedad como un todo),
las metas que guían la producción pueden ser las
mismas metas del pueblo. A través de su participación
en esta toma de decisiones democrática, la gente
transforma tanto sus circunstancias como a sí misma:
se auto-produce como sujeto en la nueva sociedad.
Dicha combinación de desarrollo democrático de
las metas y de ejecución democrática de las mismas
es esencial porque, a través de ella, los individuos
pueden entender las conexiones entre sus actividades
y entre ellos mismos. La transparencia es la regla en
la sociedad de productores asociados: siempre queda
claro quien decidió lo que había que hacer y cómo
debía hacerse. Con la transparencia se fortalece la
base de la solidaridad. La comprensión de nuestra
interdependencia facilita la visualización de los intereses
comunes, una unidad basada en el reconocimiento
de nuestras diferentes necesidades y capacidades.
Vemos que nuestra productividad es el resultado de la
combinación de nuestras distintas capacidades y que
nuestra unión, y el control comunitario de los medios
de producción nos convierten a todos en beneficiarios
de esfuerzos comunes.

Esas son las condiciones en las cuales todos los
frutos de la cooperación se dan de forma abundante
y podemos centrarnos en lo que es realmente
importante: la creación de las condiciones en las
cuales el desarrollo de todos los poderes humanos sea
un fin en sí mismo.

En el mundo que queremos construir todas estas
características y relaciones coexisten simultáneamente
y se apoyan entre sí. La toma de decisiones democráticas
en el lugar de trabajo (en vez de la dirección y la
supervisión capitalista); la dirección democrática de
las metas de la actividad por parte de la comunidad
(en lugar de la dirección capitalista); la producción con
el propósito de satisfacer las necesidades (en lugar del
propósito de la ganancia privada); la propiedad común
de los medios de producción (en lugar de la propiedad
privada o de un grupo); una forma de gobierno
democrática, participativa y protagónica (en vez de un
Estado todopoderoso y por encima de la sociedad); la
solidaridad basada en el reconocimiento de nuestra
común humanidad (en vez de la orientación hacia el
interés personal); el enfoque hacia el desarrollo del
potencial humano (en vez de hacia la producción de
bienes). Todos estos rasgos son parte de un nuevo
sistema orgánico: la verdadera sociedad humana.
Pero, ¿cómo se construye este mundo?

El Socialismo no cae del cielo. Es necesariamente
basado en sociedades particulares. Y por eso nos
equivocamos si dependemos de modelos universales
(piensen en cuántas críticas sobre la izquierda de la
Revolución Bolivariana tienen raíces en el hecho de
que es diferente a la Unión Soviética). Cada sociedad
tiene características únicas: su propia historia, sus
tradiciones (incluyendo las religiosas e indígenas), sus
mitos, sus héroes, aquellos que han luchado por un
mundo mejor, y las capacidades individuales que las
personas han desarrollado en el proceso de lucha. Ya
que estamos hablando de un proceso de desarrollo
humano y no de recetas abstractas, entendemos que
actuamos de forma más segura cuando elegimos
nuestro propio camino, aquel que el pueblo reconoce
como el suyo (en vez de la débil imitación de un
camino seguido por otro).

Asi mismo, todos empezamos el proceso de
construcción socialista desde distintos lugares con
respecto al nivel de desarrollo económico —y eso
determina claramente qué cantidad de nuestra
actividad inicial (si dependemos de nuestros propios
recursos) deberá ser consagrada al futuro—. Asimismo,
cuán diferentes son las sociedades dependiendo
de la fuerza de sus clases capitalistas y oligárquicas
domésticas, el grado de dominación por parte de las
fuerzas del capitalismo global, y la magnitud de su
capacidad de aprovechar el apoyo de otras sociedades
que ya se encuentran en la senda del socialismo.

Además, los personajes históricos que nos inician
en el camino pueden ser muy diferentes en cada caso.
Por aquí una clase obrera, en su mayoría altamente
organizada (como la de los libros de recetas de los
siglos anteriores); por allá un ejército campesino;
un partido de vanguardia, un bloque de liberación
nacional (electoral o armado), rebeldes del ejército,
una alianza en contra de la pobreza. Existen infinitas y
variadas realidades, y pueden surgir aún más. Seríamos
muy pedantes y poco inteligentes si insistiéramos
en que hay sólo un camino para iniciar la revolución
social.

Para reunir realmente todos los elementos de la
nueva sociedad, se requiere dar un paso esencial; un
paso que es común, cualquiera sea el camino elegido,
y consiste en lograr el control y la transformación del
Estado. Sin la eliminación del control capitalista del
poder del Estado, toda amenaza real al capital puede
ser neutralizada. El Estado capitalista es un soporte
esencial para la reproducción de las relaciones sociales
capitalistas; y el ejército, la policía, el sistema jurídico
y los recursos económicos del Estado pueden ser
movilizados para sofocar cualquier incursión que
amenace su expansión. El capital siempre utiliza el
poder del Estado cuando enfrenta una amenaza.
Por el contrario, un Estado que pretende servir de
comadrona de la nueva sociedad, puede tanto restringir
las condiciones para la reproducción de capital como
abrir las puertas a los elementos de la nueva sociedad.
Ganar “la batalla de la democracia” y usar “la supremacía
política para arrebatar, gradualmente, todo el capital a
la burguesía” sigue siendo tan fundamental ahora como
lo era cuando Marx y Engels escribieron El Manifiesto
Comunista. El Estado de los trabajadores representa
un arma esencial en la lucha contra el capital, tanto
para garantizar que los medios de producción estén
bajo el control de los productores asociados y sean
gobernados cada vez más según su lógica, como para
utilizar los mecanismos estatales para encauzar los
recursos, lejos del alcance de la vieja tendencia y hacia
la nueva tendencia.

Sin embargo, como Marx bien sabía, este proceso
requiere una clase especial de Estado y no su forma
heredada, aquel Estado todopoderoso y por encima
de la sociedad que no es sino la “fuerza pública
organizada para la esclavitud social”. El Estado mismo
tiene que ser transformado en un instrumento que
esté subordinado a la sociedad, en el “autogobierno
de los productores”. Si no se crea un poder desde
abajo, más que el autodesarrollo —que es la esencia
de la sociedad de los productores asociados—, la
tendencia será a que surja una clase por encima de
nosotros: una clase que identifique el progreso con
la capacidad de controlar y dirigir desde arriba.
Marx insistió en que la clase obrera no podría
usar “la máquina del Estado tal como está para
sus propios fines” él lo sabía porque aprendió
de la historia. Particularmente, aprendió que los
trabajadores que participaron en la Comuna de
París habían espontáneamente descubierto la forma
necesaria del Estado de los trabajadores, un Estado
democrático y descentralizado que fuera manejado
desde abajo. “Toda Francia”, Marx comentaba, habría
sido organizada en comunas auto-administradas
y autogobernadas. Marx respondió a las dudas de
Bakunin sobre el Estado obrero: todos los miembros
de la sociedad serían realmente miembros del
gobierno porque la cosa empieza con la autoadministración
de cada distrito.

Para muchos socialistas del siglo XIX, el camino
hacia la realización de la nueva sociedad fue extraer
seres humanos del capitalismo y demostrar que una
alternativa no capitalista fue superior socialmente y
económicamente; y muchos de ellos esperaban que
o el Estado o filántropos proveyeran los fondos para
los nuevos proyectos. Para Marx, dichas propuestas
reflejaban una época en que los horrores del
capitalismo eran claros pero no suficientes para
trascender el capital.

Marx no negó las metas de los utópicos. Más bien,
él planteaba que “sólo los medios son diferentes y
las condiciones reales del movimiento ya no están
ocultas en cuentos utópicos.” ¿De cuál otro medio
Marx hablaba? “La organización militante de la clase
obrera.”

Observa lo que los trabajadores están haciendo,
decía Marx. A través de sus propias luchas para dar
respuesta a sus necesidades ellos revelan que la
batalla por una nueva sociedad se conduce luchando
dentro del capitalismo, en vez de buscar la solución
fuera de él. En esas luchas, los trabajadores reconocen
sus intereses comunes, llegan a comprender la
necesidad de unirse contra el capital. No es, sin
embargo, simplemente la formación de un bloque
opuesto al capital lo que emerge de esas luchas. Marx
insistentemente señalaba que el proceso mismo de
lucha producía gente transformada: luchando por
sus necesidades [las personas] “adquieren una nueva
necesidad —la necesidad de la sociedad— y lo que
aparecía como un medio se transforma en un fin”.
Se transforman a sí mismas en sujetos capaces de
cambiar su mundo.

Esto es lo que Marx identificó como una práctica
revolucionaria: “la coincidencia del cambio, las
circunstancias y la transformación de la actividad
humana o autotransformación”. El mensaje de Marx
a los trabajadores en un determinado momento
fue que deberían pasar años de lucha “no sólo para
lograr un cambio en la sociedad, sino también para
su autotransformación”. Más de veinte años después,
escribió nuevamente que los trabajadores sabían
que deberían pasar por largas luchas, y una serie de
procesos históricos, transformando las circunstancias
y los hombres”. En resumen, los medios para lograr
esa nueva sociedad son [concebidos por Marx como]
inseparables del proceso de lucha para lograrla: sólo
echando a andar las personas podrían sacudirse de
“todo el estiércol del pasado.”

Por esta razón, Marx sostenía que el socialismo
nunca podía ser entregado a la gente desde arriba,
debía ser el fruto del propio trabajo de la clase
trabajadora.

Es aquí donde el Estado juega un papel clave. No
podemos hablar del auto-desarrollo de las personas
en una estructura en donde los seres humanos son
el medio para el crecimiento del capital, donde
las personas son explotadas y excluidas porque lo
único que importa es la ganancia, donde el poder
del capital para invertir o no invertir sea su forma de
chantajear a cualquier sociedad que desafíe la lógica
del capital.

Por eso la Comuna de París fue tan importante para
Marx. Una vez que entendemos que las personas se
realizan a través de sus propias actividades, sigue que
sólo donde el Estado funciona como mediador para
(y poder sobre) que los trabajadores cambien hacia
el autogobierno de los productores, hay un proceso
continuo por lo cual los trabajadores pueden cambiar
ambas circunstancias y ellos mismos.

A través de una revolución democrática, la práctica
revolucionaria puede promover el autodesarrollo del
pueblo en todas las esferas de la vida y asegurar las
condiciones para el crecimiento de sus capacidades.
Juzgamos el progreso en el camino de la construcción
socialista por el incremento en la capacidad de la
auto-gestión de los trabajadores, la capacidad de las
personas para auto-gobernarse en forma democrática,
participativa y protagónica en sus comunidades y, en
la sociedad en su totalidad, debido al desarrollo de la
verdadera solidaridad entre las personas.

Cuando entendemos que la meta de este proceso
es lograr que se conforme una sociedad que
permita un mejor desarrollo del potencial humano,
hay una simple pregunta que puede ser planteada
ante cualquier esfuerzo (sin importar sus diferentes
historias y situaciones): ¿Están siendo creadas las
nuevas relaciones productivas? El mejor indicativo que
tenemos para saber si vamos hacia donde queremos ir
es si los pasos que estamos dando refuerzan o debilitan
la nueva relación de productores asociados. La base
fundamental para lograr la nueva sociedad está
en el desarrollo de la autoconfianza y de la unidad
dentro de la clase obrera, su autodesarrollo. Sin eso,
estaremos construyendo castillos en el aire.

CONSTRUYENDO EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI

De la misma manera que Marx estaba dispuesto a
cambiar sus opiniones a la luz de la Comuna de París,
nosotros tenemos que pensar en el socialismo de
hoy en día, a la luz de las experiencias del siglo XX.

Pero el socialismo tampoco es una sociedad
estatista, donde las decisiones se imponen desde
arriba y donde toda iniciativa es potestad de los
funcionarios del gobierno o de los cuadros de
vanguardias que se auto-reproducen. Precisamente
porque el socialismo se centra en el desarrollo
humano, enfatiza en la necesidad de una sociedad
democrática, participativa y protagónica. Una
sociedad dominada por un Estado todo poderoso
no genera seres humanos aptos para instaurar el
socialismo.

Por la misma razón, el socialismo no es populismo.
Un Estado que provee los recursos y las soluciones
a todos los problemas de la gente no fomenta el
desarrollo de las capacidades humanas, al contrario,
estimula a la gente a tener una actitud pasiva de
esperar del Estado y de los líderes que prometen dar
siempre respuesta a todos sus problemas.

Además, el socialismo tampoco es totalitarismo.
Precisamente porque los seres humanos son
diferentes y tienen diferentes necesidades y
habilidades, su desarrollo por definición requiere
del reconocimiento y respeto de las diferencias.
Las presiones del Estado o las de la comunidad
para homogeneizar las actividades productivas, las
alternativas de consumo o estilos de vida, no pueden
ser la base para que surja lo que Marx reconocía
como la unidad basada en el reconocimiento de las
diferencias.

También tenemos que reconocer que el socialismo
no trata de mantener un culto por la tecnología,
esta fue una enfermedad que representó un flagelo
para el marxismo, en la Unión Soviética se manifestó
como minas y fábricas inmensas, que supuestamente
capturaban los beneficios de la economía de escala.
Tenemos que reconocer que las empresas pequeñas
permiten más control democrático desde abajo
(desarrollando así las capacidades de los productores)
logrando una preservación más adecuada del
ambiente que realmente será funcional a la hora de
atender las necesidades del pueblo.

Podemos aprender de las experiencias
aleccionadoras del siglo XX. Ahora sabemos que
el deseo de desarrollar una sociedad que sirve al
pueblo no es suficiente —hay que estar dispuesto
acabar con la lógica para realizar un mundo mejor—.
Y sabemos no se puede hacer socialismo desde
arriba, a través de los esfuerzos y enseñanzas de una
vanguardia que toma todas las iniciativas y desconfía
del auto-desarrollo de las masas. Rosa Luxemburgo
sabiamente enfatizó:

“la clase obrera exige el derecho de cometer sus
propios errores y aprender del dialecto de la historia.”

Cuando empezamos con la meta de una sociedad que
puede desatar el potencial de seres humanos y que reconoce que la senda a esta meta es inseparable del auto-desarrollo del pueblo,
podemos construir una sociedad verdaderamente humana. Aquellos que se encuentran aquí para discutir formas de defender a la humanidad del barbarismo que actualmente enfrenta parten de ciertos valores.

Estos son valores plasmados en la Constitución de la
República Bolivariana de Venezuela: en la meta descrita
en el artículo 299. Se trata de “asegurar un completo
desarrollo humano”; en la declaración del Artículo 20
que afirma que “todos y todas tienen el derecho al
libre desarrollo de su personalidad”, y en el enfoque
del Artículo 102 sobre la necesidad de “desarrollar
el potencial creativo de cada ser humano y el
ejercicio pleno de su personalidad en una sociedad
democrática”.

Esta Constitución es también totalmente específica
en cuanto a cómo sucede este desarrollo: a través de la
participación. Tal como lo enfatizó Marx: “la actividad
humana es la vía a través de la cual las personas
transforman tanto las circunstancias como a ellos
mismos”. La Constitución Bolivariana, en su Artículo
62, declara que la participación del pueblo es “la forma
necesaria para alcanzar la participación y asegurar su
completo desarrollo, tanto individual como colectivo”.
El desarrollo humano, en pocas palabras, no cae del
cielo, es el resultado de un proceso, de muchos
procesos en los cuales el pueblo se transforma. Es el
producto de una sociedad “democrática, participativa,
y protagónica”.

A través de formas sociales, como lo señala el Artículo
70, como por ejemplo “la autogestión, cooperativas de
todas formas, a través de planificación democrática,
presupuestos participativos en todos niveles de la
sociedad, el pueblo desarrolla sus capacidades y
habilidades.” Y en las garantías del Artículo 135 que
dice que “en virtud de la solidaridad y responsabilidad
social y asistencia humanitaria, correspondan a los
particulares según su capacidad”; los elementos del
socialismo del siglo XXI están plasmados en su forma
ideal.

Ahora, el desafío es hacerlos realidad.

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